Esa noche no sabía si era yo, mi sentido común o algún otro ser dentro de mí. Pero era fuerte, y decisivo, y razonaba. Razonaba sobre acciones personales que no deberían suceder tan continuamente. Razonaba, hasta que la lluvia hizo que perdiera el hilo de un pensamiento más terco de lo normal (¿era mi pensamiento?). Casi al mismo tiempo en que empezaron a caer las gotas, el color gris se posó en todas las ideas que no daban indicios de cansancio. Gris. Sin duda, el mejor color del mundo.
Y el gris duró 35 minutos, exactos. Justo lo necesario para poder tomar una decisión: debía olvidar la conversación y actuar como si nada había ocurrido la noche anterior. Debía, aunque no quisiera, dejar todo como estaba. Justo así. Ni más ni menos. ¿La razón? Ninguna. Justo eso era lo que llevaba a tomar tal decisión. Algunas veces, no tener nada puede ser mucho.
lunes, 26 de octubre de 2009
martes, 22 de septiembre de 2009
VII
Escribir, leer, entender, comprender, pensar, divagar, razonar, cavilar, dispersar, correr, caminar, escuchar, bailar, cantar, comer, dormir, soñar, querer, amar, sufrir, vomitar, odiar, morir, coger, vivir, creer, saber, partir, viajar, regresar, preferir, ocultar, sonreír, comentar, mentir, llorar, reír, abrir, cerrar, desear, pecar, perdonar, animar, humillar, golpear, herir, abrazar, besar… y volver a soñar.
lunes, 14 de septiembre de 2009
Ni más, ni menos
Había tenido una buena comida con el Sr. Brown esa tarde, y había sido productiva. Hablamos de todo. Entre cosas interesantes y cosas que no ameritan ser repetidas. Pero había algo que él dijo y que no me dejó dormir la siesta. Era una frase (o lo que retuve de ella): "Era la despedida. (...) La verdad, es mejor así", dijo como quien pretende hacer énfasis en la seguridad de las palabras. Yo le creí, claro. Pero algo en mí me recordó que aún tenía algo personal que no me creo: la gana de estar en soledad.
Me senté frente a la computadora y, sin más, me dispuse a buscar la razón de ese deseo de soledad que me invade cada día. No la encontré. En cambio, encontré el significado de la palabra: "Carencia voluntaria o involuntaria de compañía". Así era. Era justo lo que deseaba, y era voluntario. Al menos eso creo, o eso quiero pensar.
No pasaron muchos minutos antes de reparar en la búsqueda de lo que en verdad siento, cuando digo que necesito soledad. Es como cuando uno está excitado por algún acontecimiento. Pero realmente excitado. Tanto, que prefiere guardarse tanta emoción y la emoción se hace más grande. Pues eso. Es lo que siento cada vez que pienso en soledad.
- - -
Me detuve un momento pero, justo ahora, me dispongo a continuar el texto. Viene a mi mente la pregunta de si esa sensación es buena o mala. Pero en esos términos no pienso perder el tiempo. Mientras, disfrutaré del cuarto, quinto y sexto significado que da el diccionario, sobre la palabra soledad:
"4. f. Tonada andaluza de carácter melancólico, en compás de tres por ocho.
5. f. Copla que se canta con esta música.
6. f. Danza que se baila con ella."
Suena extraño, lo sé. Pero en verdad quiero escuchar, cantar y, sobre todo, bailar.
P.D.: "Querer: desear o apetecer".
P.D.2: "Desear: anhelar que acontezca o deje de acontecer algún suceso; Apetecer: tener gana de algo".
P.D.3: "Gana: deseo".
Me senté frente a la computadora y, sin más, me dispuse a buscar la razón de ese deseo de soledad que me invade cada día. No la encontré. En cambio, encontré el significado de la palabra: "Carencia voluntaria o involuntaria de compañía". Así era. Era justo lo que deseaba, y era voluntario. Al menos eso creo, o eso quiero pensar.
No pasaron muchos minutos antes de reparar en la búsqueda de lo que en verdad siento, cuando digo que necesito soledad. Es como cuando uno está excitado por algún acontecimiento. Pero realmente excitado. Tanto, que prefiere guardarse tanta emoción y la emoción se hace más grande. Pues eso. Es lo que siento cada vez que pienso en soledad.
- - -
Me detuve un momento pero, justo ahora, me dispongo a continuar el texto. Viene a mi mente la pregunta de si esa sensación es buena o mala. Pero en esos términos no pienso perder el tiempo. Mientras, disfrutaré del cuarto, quinto y sexto significado que da el diccionario, sobre la palabra soledad:
"4. f. Tonada andaluza de carácter melancólico, en compás de tres por ocho.
5. f. Copla que se canta con esta música.
6. f. Danza que se baila con ella."
Suena extraño, lo sé. Pero en verdad quiero escuchar, cantar y, sobre todo, bailar.
P.D.: "Querer: desear o apetecer".
P.D.2: "Desear: anhelar que acontezca o deje de acontecer algún suceso; Apetecer: tener gana de algo".
P.D.3: "Gana: deseo".
sábado, 25 de julio de 2009
Una imagen
Sí, era yo. Era mi silueta dando golpes con la cabeza en una superficie plana y sólida. Golpes que no hacían sentir ni dolor ni alivio. Simplemente golpes. Como los golpes de la indeferencia, el enojo, la franqueza extrema o las reacciones inesperadas, ante situaciones planeadas. De esos golpes que no se ven, pero están; no duelen, pero se sienten; que parecen ser irrelevantes, pero importan. Golpes. ¡Mis golpes!
jueves, 2 de julio de 2009
Sima
Siempre llego al mismo punto. Al punto en que inicié, por haber terminado igual la vez anterior. Es un círculo. ¿Círculo? Más bien es un vicio. Como el de inhalar profundo cuando pasa alguien con una colonia que nos recuerda a otra historia. Sí, otra historia... ¡Ah, historias! Buenas, malas, peores, maravillosas y repugnantes. Historias. De esas que fingimos querer olvidar. Esas que son adictivas, embriagantes. Historias. Historias que nos dejan llenos y fingimos que han dejado un vacío. Historias que repetiríamos una y otra vez, con el pretexto de que nos han ayudado a ser "mejores personas", cuando la intención real es no dejar de sentir esa sensación muy parecida al sufrimiento. Porque sufrir puede llegar a ser un placer. Placer... ¡Placeres! De esos que son profundos, fuertes, formidables, inimaginables, incontables, desbordantes, indescriptibles... y falsos. Pero placeres al fin. De esos que generan vicio. Un vicio circular.
viernes, 5 de junio de 2009
- - -
Jueves, 2:30 a.m.
Había estado discutiendo con el sentido común cuatro días antes. Entre preguntas, respuestas y divagaciones, habíamos llegado a un acuerdo: él no se opondría a mis acciones y yo no me opondría a eso. Todo parecía ir bien. Había ganado el primer encuentro violento en varias semanas. Él ya no era tan fuerte, ni tan nefasto. Yo, en cambio, había ganado fuerza y temple para continuar con mis acciones. "Son erróneas", repetía el sentido común. Pero eso no me importaba. Esa madrugada, ya nada importaba demasiado (ni poco).
Jueves, 11:30 a.m.
Me disponía a actuar, por primera vez en varias semanas, sin el eco del sentido común en mi cabeza. Todo parecía ir bien. Al menos "iba". Actué, hice y deshice como mis sentidos me lo ordenaban. Sentí felicidad, o algo que se le parece mucho. Caminé en dirección al pequeño espejo, que nunca ha visto otro rostro más que el mío, y me detuve un rato. Allí estaba. El rostro de una persona complacida, como feliz y satisfecha. Pero con la mirada de alguien que sabe que hizo falta algo. O que hizo falta alguien.
Jueves, 3:30 p.m.
Caminaba en dirección desconocida (el sentido común habría estado de acuerdo con esa afirmación). Pero eso no quitó mérito a lo placentero que era caminar así: sin sentido alguno. Era un día fantástico. Los pájaros no cantaban, había nubes grises, una brisa que prometía una gran tormenta y, para mi plena satisfacción, las culpas y pensamientos razonables habían huído de mi mente.
Jueves, 4:44 p.m.
La caminata duró más de lo que parecía ser "el día fantástico". Sin aviso previo, la razón empezó a actuar. Razonaba sobre las acciones de las once, de la caminata de las tres y de su reingreso en mi cabeza. Todo con ayuda oculta de ese que, la madrugada de hace cuatro días, había aceptado desaparecer.
Jueves, 5:33 p.m.
Perdí.
Jueves, 11:00 p.m.
La razón y el sentido común se han unido en mi contra. En contra de mis ganas de hacer todo.
Jueves, 11:57 p.m.
El sentido común abandonó a la razón. La razón, a mi cabeza. ¿Habré ganado?
- "Depende", dijo él. Ese que gusta de arruinar los momentos placenteros.
Había estado discutiendo con el sentido común cuatro días antes. Entre preguntas, respuestas y divagaciones, habíamos llegado a un acuerdo: él no se opondría a mis acciones y yo no me opondría a eso. Todo parecía ir bien. Había ganado el primer encuentro violento en varias semanas. Él ya no era tan fuerte, ni tan nefasto. Yo, en cambio, había ganado fuerza y temple para continuar con mis acciones. "Son erróneas", repetía el sentido común. Pero eso no me importaba. Esa madrugada, ya nada importaba demasiado (ni poco).
Jueves, 11:30 a.m.
Me disponía a actuar, por primera vez en varias semanas, sin el eco del sentido común en mi cabeza. Todo parecía ir bien. Al menos "iba". Actué, hice y deshice como mis sentidos me lo ordenaban. Sentí felicidad, o algo que se le parece mucho. Caminé en dirección al pequeño espejo, que nunca ha visto otro rostro más que el mío, y me detuve un rato. Allí estaba. El rostro de una persona complacida, como feliz y satisfecha. Pero con la mirada de alguien que sabe que hizo falta algo. O que hizo falta alguien.
Jueves, 3:30 p.m.
Caminaba en dirección desconocida (el sentido común habría estado de acuerdo con esa afirmación). Pero eso no quitó mérito a lo placentero que era caminar así: sin sentido alguno. Era un día fantástico. Los pájaros no cantaban, había nubes grises, una brisa que prometía una gran tormenta y, para mi plena satisfacción, las culpas y pensamientos razonables habían huído de mi mente.
Jueves, 4:44 p.m.
La caminata duró más de lo que parecía ser "el día fantástico". Sin aviso previo, la razón empezó a actuar. Razonaba sobre las acciones de las once, de la caminata de las tres y de su reingreso en mi cabeza. Todo con ayuda oculta de ese que, la madrugada de hace cuatro días, había aceptado desaparecer.
Jueves, 5:33 p.m.
Perdí.
Jueves, 11:00 p.m.
La razón y el sentido común se han unido en mi contra. En contra de mis ganas de hacer todo.
Jueves, 11:57 p.m.
El sentido común abandonó a la razón. La razón, a mi cabeza. ¿Habré ganado?
- "Depende", dijo él. Ese que gusta de arruinar los momentos placenteros.
viernes, 15 de mayo de 2009
Conversatorio I
Eran las 3:45 de la madrugada. Llovía, pero el calor era cada vez más insoportable. Decidí sentarme frente a la computadora y verificar si alguien, además de mí, estaba con los mismos calores y decidió sentarse, como yo, frente a la máquina en busca de historias interesantes. Pues bien, la encontré. A la persona y la historia, digamos, "interesante".
Habíamos estudiado en el mismo lugar y vivido en el mismo país desde nuestro nacimiento (nada como el último dato mencionado para generar un lazo estrecho entre dos personas). Hacía mucho que no sabía de ella. De hecho, ni siquiera la había pensado desde la última vez que la vi. En fin. Como bien dicen: "el que mucho abarca, poco aprieta". Esa noche, ella abarcaba mucho. Siempre había tenido historias que nadie más podría llegar a tener. Sin duda, era una mezcla entre lo increíble y lo absurdo. Pero esa mezcla funcionaba muy bien.
"Huele a... una mezcla de arrayán y guayaba", me dijo. Se refería a su nuevo amigo. A uno de esos que sólo se llaman amigos entre sí, mientras calientan las sábanas, si es que les queda tiempo de hablar y calentar las sábanas al mismo tiempo.
- Lo conocí y me gustó, dijo. Digamos que no era el tipo de hombre con el que esperaba estar algún día. No por su físico, que agrada mucho a mi gusto, por cierto; sino, más bien, por su maldita galantería.
Y es que él era todo un galán, según me dijo. De esos tipos con los que una "buena mujer" no debe mezclarse. De esos que buscan tratar a las mujeres como verdaderas joyas, pero son avaros: una sola no les basta nunca y muchas no son suficientes. Tenía una mirada penetrante, una sonrisa retorcida, que le iba muy bien, y unas palabras que no en cualquiera sonaban con tal atracción. Era insoportablemente irresistible.
- Siempre quise estar con alguien como él. Es todo un Don Juan, sin el "Don". Pero, sin duda, con un don. Nadie como él. Ninguno de todos con los que he estado, que igual no son muchos, pero sí significativos por su diversidad. Es una mezcla de personalidades. Te hace sentir como única y que vos lo sintás como único. Claro, todo termina al momento de poner un pie fuera de la cama, dijo como si eso realmente no le importara en absoluto.
Mi amiga siempre había sido de carácter fuerte y de pensamiento decidido. Si un día hacía algo, lo hacía con toda seguridad. Si se equivocaba, lo aceptaba con la misma seguridad con la que había cometido el error. Era una mujer de acciones libres. Pero algo en ella me daba la impresión de que, esta vez, tenía dentro de sí algo parecido a un "freno poderoso". ¿Será el sentido común?
En fin. Siguió relatando y describiendo cada detalle de su "Juan", haciendo énfasis en que no era, ni se acercaba, a un "Don". Era todo lo que una mujer aventurera deseaba. Era todo y nada al mismo tiempo...
-- Esta historia me hace pensar en muchas cosas. Quizá es la falta de una historia propia. ¡El descanso llama! Aunque, haciendo honor a la sinceridad, el pensamiento nunca descansa... ¡¡Malditos pensamientos!! --
Habíamos estudiado en el mismo lugar y vivido en el mismo país desde nuestro nacimiento (nada como el último dato mencionado para generar un lazo estrecho entre dos personas). Hacía mucho que no sabía de ella. De hecho, ni siquiera la había pensado desde la última vez que la vi. En fin. Como bien dicen: "el que mucho abarca, poco aprieta". Esa noche, ella abarcaba mucho. Siempre había tenido historias que nadie más podría llegar a tener. Sin duda, era una mezcla entre lo increíble y lo absurdo. Pero esa mezcla funcionaba muy bien.
"Huele a... una mezcla de arrayán y guayaba", me dijo. Se refería a su nuevo amigo. A uno de esos que sólo se llaman amigos entre sí, mientras calientan las sábanas, si es que les queda tiempo de hablar y calentar las sábanas al mismo tiempo.
- Lo conocí y me gustó, dijo. Digamos que no era el tipo de hombre con el que esperaba estar algún día. No por su físico, que agrada mucho a mi gusto, por cierto; sino, más bien, por su maldita galantería.
Y es que él era todo un galán, según me dijo. De esos tipos con los que una "buena mujer" no debe mezclarse. De esos que buscan tratar a las mujeres como verdaderas joyas, pero son avaros: una sola no les basta nunca y muchas no son suficientes. Tenía una mirada penetrante, una sonrisa retorcida, que le iba muy bien, y unas palabras que no en cualquiera sonaban con tal atracción. Era insoportablemente irresistible.
- Siempre quise estar con alguien como él. Es todo un Don Juan, sin el "Don". Pero, sin duda, con un don. Nadie como él. Ninguno de todos con los que he estado, que igual no son muchos, pero sí significativos por su diversidad. Es una mezcla de personalidades. Te hace sentir como única y que vos lo sintás como único. Claro, todo termina al momento de poner un pie fuera de la cama, dijo como si eso realmente no le importara en absoluto.
Mi amiga siempre había sido de carácter fuerte y de pensamiento decidido. Si un día hacía algo, lo hacía con toda seguridad. Si se equivocaba, lo aceptaba con la misma seguridad con la que había cometido el error. Era una mujer de acciones libres. Pero algo en ella me daba la impresión de que, esta vez, tenía dentro de sí algo parecido a un "freno poderoso". ¿Será el sentido común?
En fin. Siguió relatando y describiendo cada detalle de su "Juan", haciendo énfasis en que no era, ni se acercaba, a un "Don". Era todo lo que una mujer aventurera deseaba. Era todo y nada al mismo tiempo...
-- Esta historia me hace pensar en muchas cosas. Quizá es la falta de una historia propia. ¡El descanso llama! Aunque, haciendo honor a la sinceridad, el pensamiento nunca descansa... ¡¡Malditos pensamientos!! --
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