Esa noche no sabía si era yo, mi sentido común o algún otro ser dentro de mí. Pero era fuerte, y decisivo, y razonaba. Razonaba sobre acciones personales que no deberían suceder tan continuamente. Razonaba, hasta que la lluvia hizo que perdiera el hilo de un pensamiento más terco de lo normal (¿era mi pensamiento?). Casi al mismo tiempo en que empezaron a caer las gotas, el color gris se posó en todas las ideas que no daban indicios de cansancio. Gris. Sin duda, el mejor color del mundo.
Y el gris duró 35 minutos, exactos. Justo lo necesario para poder tomar una decisión: debía olvidar la conversación y actuar como si nada había ocurrido la noche anterior. Debía, aunque no quisiera, dejar todo como estaba. Justo así. Ni más ni menos. ¿La razón? Ninguna. Justo eso era lo que llevaba a tomar tal decisión. Algunas veces, no tener nada puede ser mucho.
lunes, 26 de octubre de 2009
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