sábado, 23 de agosto de 2008

Paso a paso...

"Me voy a quedar sentado", dijo el señor Brown.

Era una de esas tardes que pasan lento a medida se incrementa el anhelo de que la noche llegue. Sostenía una plática con el señor Brown sobre todas las cosas que pasan, y las que no, cada minuto de nuestra vida. El por qué de las cosas no se puede detallar. Sin embrago, lo nieguen o no, pensamos, justamente, en cada uno de esos "detalles" cada vez que podemos. O, al menos, durante el tiempo que tarde el sentido común en aparecer y alguno de nuestros álter egos en reaccionar. En fin.

Sostenía una plática, decía, cuando se me ocurrió (creo que fue a mí) que la vida siempre da muchas vueltas. Que, algunas veces, basta con que una persona espere sentada a que llegue el momento oportuno para ponerse de pie. Sin embargo, y he aquí el "detalle" del asunto, se debe tener astucia para poder identificarlo y no dejarlo pasar. 

Recordaba uno de los mensajes, los de las 11, en el que se plasmaba de manera casi perfecta una de mis sensaciones favoritas. Esa sensación que te eleva, te fortalece y, sin más, te hace caer y delatarte endeble. Sí. Esa sensación que genera un "casi".

Traté de ignorar mi situación y concentrarme en la de mi buen amigo. De qué sirve un casi, pensé preguntarle, si, a la vez, reparás en que todo está perdido. 

No pregunté. Imaginé que, como yo, él no tendría la respuesta.

- Seguro la tiene, dijo aquel que disfruta de interrumpir los pensamientos.

miércoles, 20 de agosto de 2008

El que persevera... ¿alcanza?

Así de simple, Eli . No sé a qué te referís cuando me decís que "todo es posible". Bien sabés que eso no es cierto. Nada cierto. ¿Que si no soy yo quien siempre dice "la perseverancia ante todo"? Pues sí, pero la frase no incluye el cumplimiento del objetivo. Tranquila, Eli. No te enojés. Es sólo que no estoy en las mejores condiciones. ¿Con depresión? Claro que no. Bueno, al menos no lo he notado. Puede ser que me lo impidan tantas voces en mi cabeza. Sí, voces.

¿Que si ya hice "todo" para lograr el objetivo? No. La verdad no. No es que no quiera, Eli. Es un tanto difícil de explicar. Es sólo que, como sabiamente escribió uno de mis autores preferidos, "Hay momentos en que lo mejor es que una persona se contente con lo que ya tiene, no sea que lo vaya a perder todo".

¿Perseverar para alcanzar? No lo sé, Eli. Prefiero esa frase de "el que nada ariesga, nada gana". Y, por supuesto, no perseverar es un riesgo. Un gran riesgo, ves.

- ¡Pero yo quiero perseverar!, reclamó mi álter ego... el que gusta de momentos oníricos.

martes, 19 de agosto de 2008

...

¿Era yo quien dirigía la conversación? ¿Era mi otro yo queriendo dar a conocer esa parte que lucha por ocultarse? No lo sé. Pero ni yo ni mi otro yo estamos satisfechos. ¿La razón? Pues, el miedo.

- ¿Miedo?, preguntó.

- Miedo, repondí.

domingo, 17 de agosto de 2008

El señor Brown y sus mensajes de las 11

Era el segundo mensaje que interrumpía mi lectura esa noche. Hacía frío, pero no me molestaba tanto como haber perdido la línea de la lectura de uno de los libros que más me ha cautivado. Traté de ignorar la luz, que es casi imposible de ignorar, de mi celular. Esto de la comunicación y las tecnologías comieza a molestarme.

El mensaje, como ya lo anunciaba la diminuta pantalla del aparato que hace mucho es "parte de mí", no era del mismo remitente que el primero. Era del señor Brown y, como casi siempre, registrado a las 11 de la noche. En punto.

Él es una de las pocas personas de las que no me molesta que me intertrumpan. Tampoco le molesta a mis álter egos. Ni a mi otro yo. Es, simplemente, una de las mejores personas que he conocido.

Su mensaje me llamó mucho la atención, al menos a mí, que desde hace mucho siento que mi vida no goza de esas emociones a las que otros están acostumbrados... y hasta cansados.

- "Me encanta tomarla de la mano", decía.

Hace algún tiempo, digo "algún" porque definitivamente la retención de fechas no es mi fuerte, que me veía venir un mensaje como este. ¿La razón?, pues porque lo conozco, sin temor a equivocarme, como a la palma de mi mano. Con todas sus líneas desordenadas, su aspereza y la certeza de que no cambiará, ni la cambiaría yo, por nada de mundo.

El mensaje del señor Brown abrió mi imaginación, la poca con la que fui dotada. Además, y en vista de que no había más narración por medio de mensajes, luego de esperar 10 minutos y percatarme de ello, me dió pauta para despejar un poco la mente esa noche y agregarle "conflicto", como si necesitara más, a su frase. ¿Qué será lo que en realidada le encanta? ¿Será su mano o la sensación de desmayo que le causa cuando la sostiene o, más aún, cuando siente que la pierde? No encontré respuesta alguna. Seguro él sí, aunque no se percate de ello.

La situación es un tanto complicada, y no porque él lo quiera así. De hecho, él muestra mucha seguridad. Lo inseguro, pues, es la otra parte. O la otra palma que se encuentra con la de él algunas noches y, otras, trata de fingir que no la siente.

El sueño me venció. No logré hacerle las preguntas, de las que ya sabía la respuesta, al señor Brown aquella noche. Ni al día siguiente. Ni el que le siguió.

Pasaron unos cuatro días para que otro mensaje, a las 11 de la noche en punto, se registrara en mi celular. "La amo", decía. Pero, a diferencia del anterior, este me desconcertó. No por la frase, ni por la hora, ni por la sensación de cuando alguien "habla por hablar". Me desconcertó porque, a pesar de esa sensación, en el fondo (ni tan "al fondo") me parecía cierta. Con mucho sentimiento alegre y, paradógicamente, con mucha melancolía.

Puede ser que la sensación de "melancolía" haya sido producto de mi otro yo. Pero, también, pudo haber sido la respuesta a una historia conocida. A conocer el otro lado del mensaje. La fatalidad de la frase.

- ¿Fatal?, preguntó mi otro yo.

- ¿Cómo le llamás a un sentimiento que, en su punto de inicio, debés dar por concluido?, le dije.

No me contestó. Y yo, temiendo haberme equivocado con la respuesta y la palabra utilizada, abrí mi libro y me sumergí en el talento indiscutible del autor.

viernes, 8 de agosto de 2008

El día más esperado...

Allí estaba. Sin duda, era la persona que más luz le podía haber dado a mi tarde ese día. Nunca pensé que un día, ese, podría ser el que tanto había esperado. Ese día que imaginaba cada noche.

Me invitó a salir del edificio. Acepté. Bajamos las escaleras. El camino se me hacia, al contrario de la mayor parte de veces, corto. El automóvil se encontraba justo al otro lado de la calle. Los nervios empezaron a invadir mi cuerpo, pero mi otro yo, o algunos de los otros, me hizo mantener la calma.

Hacía frío. No sé si era la necia "certeza" de que nada pasaría o si era la vaga idea, o esperanza, de que, efectivamente, "algo" estaba a punto de suceder.

Me subí al automóvil. Siempre me pareció que era un poco pequeño. Pero al estar dentro, a su lado, pensaba que hubiera sido bueno, muy bueno, que los asientos estuvieran más unidos.

- ¿Y tus pequeños síntomas de claustrofobia?, preguntó mi otro yo.

No respondí. Ni el miedo me invadía, ni la respiración se me hacía más fluida en ese momento, como para pensar en una buena razón del porqué no sentía ese miedo que suele invadirme en lugares pequeños y encerrados. Bajé la ventanilla y, casi al mismo tiempo, mi otro yo dejó de hacer eco en mi cabeza.

No podía dejar de ver el perfil de su rostro. Me encantaba. Pero debía concentrarme en la conversación. Si hay algo que me molesta mucho es que no me presten atención mientras hablo. Traté de bajar la mirada, de fijarla en un punto cualquiera de la calle. Pero, como obviando mi actitud, prosiguió con la converesación en la que, desde que salimos del edificio, yo no había participado.

- Pasaremos a mi casa, dijo.

miércoles, 6 de agosto de 2008

"¿Puede tu otro yo tener álter egos?"

Eran las 11:51 de la noche cuando un mensaje se registró en la pantalla luminosa de mi celular. Detesto que eso pase cuando me encuentro disfrutando de mi lectura y del ambiente nocturno que tanto me gusta.

-¿Puede tu otro yo tener álter egos?, me preguntó.

-No sé. Eso es lo que él me ha informado, le dije.

No me contestó, ni continuó el interrogatorio. Fue un alivio. No sé qué le hubiera dicho a mi otro yo para que no se molestara por interrumpir su lectura... y la de los otros.

lunes, 4 de agosto de 2008

Amante de la noche...

¿Qué tiene la noche esta noche? No lo sé. Pero me gusta...