miércoles, 8 de octubre de 2008

Una invitación a cavilar... o no

*Llueve. No hace frío y, sin embargo, tengo la sensación de estar frente a una nevera*.

Eran las 2:30 de la madrugada. Decidí sentarme a la orilla de mi cama. Aparté el libro que estaba leyendo y observé mi habitación como nunca antes. Vi a mi perro echado justo al lado de mi cama y, en ese instante, me detuve. Lo miré por largo rato. Su respiración era muy tranquila, parecía feliz. Por un segundo, tuve la impresión de que el movimiento de su cuerpo se había detenido. Era el comienzo de un largo suspiro. Entonces, no pude resistirme y, súbitamente, ese pensamiento vino a mi mente (en realidad no sé si fue mío o, cosa no difícil de creer, de mi otro yo): ¿qué va a pasar el día en que la muerte toque a mi cuerpo?

La mayoría de personas hablan mucho del significado de la vida, de los errores que no deberíamos cometer, si queremos conservarla y de las acciones que nos darán, finalmente, un lugar en el Reino de los cielos. Pero, ¿qué pasa con la muerte? ¿Acaso las personas pretenden obviar lo inevitable? No lo sé. Puede ser el miedo de tener que enfrentar esa realidad que, al fin y al cabo, llegará algún día. O puede ser esa falta de seguridad que, quién sabe por qué, nos genera el hablar de la vida. ¿Qué tiene la muerte de diferente?

"La muerte -dijo el sentido común- es tan enigmática como la vida. Sin embargo, las personas creen conocer más de ella que de la muerte. Mas no saben que son tan ignorantes tanto en la primera como en la segunda".

Tenía razón. Así somos. Creemos saber todo de las cosas que "conocemos". Pero... ¿en realidad somos dignos de hablar de la vida o de la muerte?

El simple hecho de vivir no nos da la seguridad de conocer el verdadero significado de la vida. Igual pasa con la muerte. Sin embargo, por qué preferimos hablar de algo tan complejo, como la vida; que de algo menos enredado, como la muerte. Es decir, es fácil. La vida tiene muchas, muchísimas, complicaciones. La muerte, en cambio, es mucho más simple: morir es morir y punto. Es más, la muerte es tan simple que, desde el momento en que nacemos, ya está ella pendiente del momento indicado para llevarnos de nuevo de este mundo, si es que hay otro. La vida, por el contrario, inicia cada día, cada segundo. Puede ser muy impredecible y dar esos giros que, algunas veces, hasta llegan a gustarnos (porque nos complacen, claro).

En fin. Conocer y creer conocer no es lo mismo. Eso de hablar de la vida, y no de la muerte, me parece un acto de soberbia de las personas, de las almas. Vivir no es más que esperar a que la muerte llegue. La misma muerte que, al nacer, nos da la bienvenida diciendo: "naciste, ya morirás... espera".