viernes, 5 de junio de 2009

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Jueves, 2:30 a.m.

Había estado discutiendo con el sentido común cuatro días antes. Entre preguntas, respuestas y divagaciones, habíamos llegado a un acuerdo: él no se opondría a mis acciones y yo no me opondría a eso. Todo parecía ir bien. Había ganado el primer encuentro violento en varias semanas. Él ya no era tan fuerte, ni tan nefasto. Yo, en cambio, había ganado fuerza y temple para continuar con mis acciones. "Son erróneas", repetía el sentido común. Pero eso no me importaba. Esa madrugada, ya nada importaba demasiado (ni poco).

Jueves, 11:30 a.m.

Me disponía a actuar, por primera vez en varias semanas, sin el eco del sentido común en mi cabeza. Todo parecía ir bien. Al menos "iba". Actué, hice y deshice como mis sentidos me lo ordenaban. Sentí felicidad, o algo que se le parece mucho. Caminé en dirección al pequeño espejo, que nunca ha visto otro rostro más que el mío, y me detuve un rato. Allí estaba. El rostro de una persona complacida, como feliz y satisfecha. Pero con la mirada de alguien que sabe que hizo falta algo. O que hizo falta alguien.

Jueves, 3:30 p.m.

Caminaba en dirección desconocida (el sentido común habría estado de acuerdo con esa afirmación). Pero eso no quitó mérito a lo placentero que era caminar así: sin sentido alguno. Era un día fantástico. Los pájaros no cantaban, había nubes grises, una brisa que prometía una gran tormenta y, para mi plena satisfacción, las culpas y pensamientos razonables habían huído de mi mente.

Jueves, 4:44 p.m.

La caminata duró más de lo que parecía ser "el día fantástico". Sin aviso previo, la razón empezó a actuar. Razonaba sobre las acciones de las once, de la caminata de las tres y de su reingreso en mi cabeza. Todo con ayuda oculta de ese que, la madrugada de hace cuatro días, había aceptado desaparecer.

Jueves, 5:33 p.m.

Perdí.

Jueves, 11:00 p.m.

La razón y el sentido común se han unido en mi contra. En contra de mis ganas de hacer todo.

Jueves, 11:57 p.m.

El sentido común abandonó a la razón. La razón, a mi cabeza. ¿Habré ganado?

- "Depende", dijo él. Ese que gusta de arruinar los momentos placenteros.

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