lunes, 9 de abril de 2012

Creo en la muerte

- Buenas, ¿me permite hablarle de...

- No. Disculpe, llevo prisa. Gracias.

- ¿Pero, usted cree?

- Sí, creo.

- ¿En qué cree?

Entonces, Sol guardó silencio y bajó la mirada un segundo. Luego la subió a las nubes dos segundos más. Miró fijamente a los ojos de la persona cuestionadora que tenía frente a ella y lo supo. Era la mejor respuesta que pudo dar en ese momento:

- ...Creo en la muerte.

*******
A veces recuerdo a mis muertos. A todos. Recuerdo sus sonrisas, sus voces, sus miradas, sus mañas, sus caricias y sus pensamientos sobre algunas cosas. Entonces, me entra el pánico y me cuesta respirar. Me da miedo. Me da miedo olvidar.

Temo empezar a olvidar sus rostros, sus voces, sus caricias, sus miradas. Me da miedo olvidar aquellas sensaciones de los momentos felices que compartimos. Temo olvidar los detalles. Es un miedo intenso, que presiona el tórax hasta hacer que las lágrimas broten de los ojos sin parar. Miedo.

Creo en la muerte. Creo que es la liberación de este mundo cada vez con menos sentido. La muerte es nuestro destino, lo único cierto desde el momento en que nacemos; porque, aunque no queramos, ella nos espera. La muerte es el futuro. Pero también creo que es un renacer.

La muerte es una de las pocas cosas en este mundo que no puede negarse. Está allí, y es "la muerte" desde cualquier punto de vista.

Pero, ¿qué pasa cuando no estamos listos para renacer, para liberarnos? ¿Cómo sabe la muerte en qué momento debemos acompañarla a nuestro destino final? ¡¿Cómo putas sabe la muerte que es momento de abandonar el cuerpo?! ¡¡¿Cómo sabe la muerte que los que nos quedamos a su espera estamos listos para ver partir a los demás?!!

Hay muertes que los que quedamos ya hemos previsto. Hay muertes obvias. Incluso, hay muertes necesarias, de esas que uno agradece, en honor al cese del sufrimiento. Pero hay otras que uno no puede aceptar. Muertes que nos parecen injustas. Muertes que nos negamos a entender. Y es cuando dejamos todo en el argumento del "destino". ¿Pero cómo el destino puede ser tan ilógico, tan desigual, tan cínico?

"Llorar por la muerte es faltarle el respeto a la vida", decía Facundo Cabral. Pero... ¿cómo dejo de llorar? ¿Cómo hace uno para no temer? ¿Cómo hace uno para quitarse esa presión del pecho? ¿Cómo hace uno para respirar, para evitar que las lágrimas salgan sin medida de los ojos? ¡¿Cómo putas hace uno?! ¡¡¿CÓMO?!!

*
Algunas muertes, lo admito, me han tranquilizado el alma. Me entristecen, pero me parecieron justas, necesarias, asimilables. Sin embargo, han habido otras que no comprendí ni comprenderé. Muertes que han despertado en mí sentimientos nunca antes experimentados. Entonces, recuerdo, sonrío, lloro y temo.

Ahora, creo que he conocido el verdadero sentimiento de tristeza. Duele. Duele profundamente y aún más allá de lo que uno siente. El dolor de la tristeza no tiene límite. Y el miedo tampoco lo tiene.

jueves, 24 de noviembre de 2011

La vida

Porque por cada vivo hay un muerto en potencia, porque por cada asesino hay una madre llorando, porque por cada lágrima hay un corazón que se estruja, porque por cada grito hay alguien que se tapa los oídos, porque por cada promesa hay un fraude, porque por cada rezo hay un arrepentido, porque por cada beso hay un llanto, porque por cada ilusión hay una decepción, porque por cada intento de vivir hay una lucha por sobrevivir, porque por cada ser feliz hay un ser infeliz, porque por cada propuesta hay un no, porque por cada oportunidad hay un jamás, porque por cada agradecimiento por alimentos hay un muerto de hambre, porque por cada creyente hay un rechazado, porque por cada absuelto hay un pecador, porque por cada enamorado hay un sufrido, porque por cada niño con juguete nuevo hay uno sin padres, porque por cada día vivido hay uno menos de vida: ¡mierda y mil veces mierda!

***

La vida no es como uno quisiera que fuera. Pero ese hecho, justamente, es lo que la convierte en vida. Es así. Sin más.

La noche del martes una amiga se quejaba de su sufrimiento, de su mala suerte, de su infelicidad, de su cansancio. Pero, ¿es que no se trata la vida de todo eso? ¿No es eso lo que la hace SER vida?

Pues no lo sé. Pero como entre saber y creer hay una buena diferencia, creo que sí. La vida se trata de todo eso que no nos gusta. Porque cuando todo marcha bien, la vida pasa desapercibida.

Nadie se queja de ser feliz, suertudo y valiente. Pero, de ser lo contrario, las quejas y lamentos no dan a basto. ¿Por qué, si somos felices, suertudos y valientes no nos quejamos porque los otros no lo son? ¿Es egoísmo? No. Es la vida.

Me pregunto si la muerte, en cambio, nos permitirá ser más "vivos", más "gente"; más espíritu y menos carne.

Los días pasan, la vida sigue y la muerte se acerca. Pero empiezo a creer que la muerte podría ser, después de todo, la verdadera vida.


Ese punto donde nadie es más ni menos, donde nadie es alto o bajo, gordo o flaco, rico o pobre, feliz o infeliz, creyente o no, asesino o víctima, hijo o huérfano... Ese punto donde todo es vida y ya no hay muerte. Ese punto donde vivir ya no es una preocupación, un pesar, una carga. Ese punto donde nadie teme "vivir"... ni morir.

martes, 13 de septiembre de 2011

¿Cuánto vale el amor?

- ¿Y vos, qué harías por amor?, preguntó.

***

Cuando pensamos en amor, inmediatamente vienen a nuestra mente las siguientes palabras: entrega, sacrificio, confianza, comprensión, perdón, entre otras. Sin embargo, también existen otras palabras relacionadas: decepción, rencor, mentira, engaño, soberbia...

Para mí, en cualquiera de los dos grupos de palabras, hacen falta dos: orgullo y dignidad. Dos palabras que también son sinónimo de amor. De amor a uno mismo.

Cuando uno ama, debe hacerlo con cuerpo y espíritu, con una entrega total. Pero, ¿qué pasa cuando el amor por nosotros mismos está en juego? ¿Qué pasa cuando olvidamos que valemos mucho, como para dejar de lado a la dignidad? ¿Qué pasa cuando, por amor, aceptamos condiciones que, en honor a la razón y al sentido común, no aceptaríamos en ninguna circunstancia?

"Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, la culpa es mía", dice una frase popular. Es así. Cuando dejamos de lado la dignidad, el orgullo y la razón, podemos perder también el derecho a al menos dos de esos conceptos: a ser dignos y a tener orgullo.

Entonces, ¿cuánto vale el amor?

¿Vale tanto como para cambiar el rostro de enamorad@ por el rostro de un (a) imbécil? ¿Vale lo suficiente como para soportar una y otra vez la misma historia, aún sabiendo que se seguirá repitiendo de manera indefinida? ¿Vale tanto como para jugarse todo, aunque al final perdamos un juego que ya veíamos perdido, pero no queríamos aceptar? ¿Vale tanto como para saberse idiota día tras día?

El amor es una cosa maravillosa. El amor de pareja es algo sin igual. Pero, en definitiva, ese amor no vale más que cada persona. Porque, si de cada persona nace tanto amor, sin duda el amor a uno mismo es mucho más valioso que cualquier otro amor hacia otro ser humano.

¿Por qué cuesta tanto dignificar el amor a nosotros mismos? ¡¿Por qué carajo cuesta tomar una decisión digna de ser aplaudida, en lugar de terminar por agacharnos la cabeza?! ¿Por qué amar tiene que conllevar a una decisión indigna, mal disfrazada de "sacrificio"? ¿Por qué nos complicamos la vida para tomar caminos obviamente correctos?

¿Cuánto vale el amor? ¡¿Cuánto?!

P.D.: cambio corazones por cerebros y retratos por espejos. Información aquí.

jueves, 6 de enero de 2011

Mesa para dos

Yo brindo por vos, dijo él. Yo brindo por vos, dijo el otro. Yo brindo por él, dijo ella.

Entonces, nadie sabía a cuál de los dos se refería ella. Si a él o al otro. Lo cierto era que ninguno de los dos sabía con certeza quién de ellos era 'él' y quién 'el otro'. De igual manera, alzaron sus manos y brindaron. Las tres copas hicieron un sonido placentero. Casi como símbolo del cierre del mejor trato que puede haber en el mundo.

Decidieron sentarse, luego del primer trago de vino. Pero entonces, y sólo entonces, se dieron cuenta de que hacía falta un asiento (o quizás lo que pasaba en realidad era que uno de ellos sobraba).

Llamaron al mesero y pidieron una silla adicional.

"Esta es una mesa para dos", les respondió, y se fue sin esperar algún otro tipo de petición.

Así era. Ahora tenían un problema. Había tres personas, con tres copas llenas de vino y una botella por vaciar... ¡En una mesa para dos!

Ella tomó asiento. Les observó detenidamente y les sonrió. Tomó su copa y bebió con placer. Estaba tranquila. Y es que el problema no le pertenecía. En esa mesa había un lugar seguro para ella. Lo demás no era digno de preocupación. Y, al parecer, tampoco le importaba. Igual, ellos siempre iban a estar allí. Aunque eso significara que uno de los dos tendría que sentarse en el suelo. Pero ese tampoco era su problema.

***

Empecé este texto hace más de un mes y, desde hace una semana, no sé cómo continuar. Ahora lo tengo claro: esta historia no tiene fin. Lo cierto es que, quizás, tampoco tuvo un inicio. Un inicio verdadero.

Son así estas situaciones triangulares. Uno nunca sabe con certeza si en ese juego uno es 'ella', 'él' o 'el otro'. Lo único verdadero es que todo ocurre en una mesa para dos. Lo que significa que uno (él o el otro) debe quedar a la espera. Y esa espera puede no tener fin... Como esta historia.

Durante el recorrido de la vida, todos llegamos a ser 'ella', 'él' o 'el otro' en algún momento. Lo preocupante es no saber en qué momento termina ese ciclo. Y es que, si no nos damos cuenta a tiempo, podemos terminar como esta historia: sin un final. O lo que es peor: sin un buen final.

Yo sólo espero poder recibir inspiración (o fortaleza, que viene siendo algo muy parecido) para poder terminar lo que empecé (si es que en verdad empecé algo). Al fin y al cabo, la gente siempre recuerda los finales, más que los inicios.

P.D.: ... Un día, "el otro" se cansó de esperar y pidió una mesa para uno. Una cómoda y espaciosa. Más una botella de vino. Y la copa ni siquiera era necesaria.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Un juego

Lo sabía. Sabía que esa persona que tenía al frente era cobarde. Lo sabía muy bien. Lo supo desde el primer momento... Pero jugó a pretender que era una falsa "primera impresión". Jugó hasta cansarse. Jugo hasta que el juego llegó a su fin. Y, al final, no ganó. Pero tampoco perdió.

Ahora, a las dos de la madrugada de este día jueves, se preguntaba la verdadera razón del por qué había decidido jugar ese juego. Justamente ese y, además, con una persona cobarde. No había argumento razonable y válido en ninguna de las siete respuestas que llegaron a su mente. Entonces lo supo: había jugado por jugar. Sin más. ¿Qué importancia tiene perder o ganar? Lo único realmente importante había sido jugar.

-¿Pero sólo quería jugar?
...Sí. Sólo un juego. Sin perder ni ganar.
-¿Y ahora, qué pasará ahora que el juego terminó?
Pues nada. Como debe ser.

***

Otro juego encontrará.

lunes, 20 de septiembre de 2010

No sé si llorar

La respiración se me hace cada vez más difícil. Quiero hablar, pero las palabras no me salen. Algo me lo impide. Las lágrimas quieren salir, pero no logran más que hacer difícil la visibilidad. ¡Eso es! No quiero ver, ni hablar. No puedo, y no quiero. Inhalo fuerte. Siento el viento sobre mi rostro, pero el aire no entra a mis pulmones. Me preocupo, me agito, me espanto...

No sé si llorar. Y tampoco sé si pueda.

martes, 14 de septiembre de 2010

Direcciones

V: y, ¿a dónde vivís ahora?
J: aquí por el monumento a la justicia.
V: por aquella figura.
J: ajá. Bueno, pasás la figura y, luego, te vas sobre esa calle. Y seguís, seguís...
V: ¿no hago el cruce aquel?
J: no. Seguís recto. Hasta llegar a una pluma.
V: ajá.
J: entonces, seguís recto. ¡No, no, no!
V: ¡¿qué?!
J: me equivoqué.
V: ¿entonces?
J: seguís recto, hasta llegar a un cruce obligado a la derecha.
V: ok.
J: de ahí, seguís recto, recto, recto...
V: hasta llegar a la pluma.
J: ¡exacto!
V: ¿y luego?
J: entonces, seguís recto.
V: ¿cuántas cuadras?
J: una, dos, tres... A la cuarta te metés. Hay un portón verde.
V: ¿es un pasaje?
J: sí.
V: ¿cómo se llama, o qué número es?
J: se llama como aquella playa.
V: ya. Bueno, tenés el don de guiar a la gente.
J: habría sido más fácil decirte que abordés el autobús 22, te bajás en la esquina de la empresa aquella, cruzás a la derecha y bajás tres pasajes. Te metés en el cuarto. El que tiene el nombre de la playa.
V: eso parece más fácil. En fin... Me voy.
J: bueno. Cuidate.
V: igual.

--"¡Ja! Como si algún día fueras, realmente, a ir de visita", dijo el sentido común--.