lunes, 8 de diciembre de 2008

Querido señor Brown:

Así es la vida: a unos les parece linda y, a otros, simplemente ni les parece. El hecho es, Sr. Brown, que para todos hay. Aún estoy por descubrir si más cosas "buenas" que "malas". Tiempo al tiempo, dicen algunos.

Pero de algo sí tengo seguridad: ni usted, ni yo, somos personas con vocación de mendigos.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Una invitación a cavilar... o no

*Llueve. No hace frío y, sin embargo, tengo la sensación de estar frente a una nevera*.

Eran las 2:30 de la madrugada. Decidí sentarme a la orilla de mi cama. Aparté el libro que estaba leyendo y observé mi habitación como nunca antes. Vi a mi perro echado justo al lado de mi cama y, en ese instante, me detuve. Lo miré por largo rato. Su respiración era muy tranquila, parecía feliz. Por un segundo, tuve la impresión de que el movimiento de su cuerpo se había detenido. Era el comienzo de un largo suspiro. Entonces, no pude resistirme y, súbitamente, ese pensamiento vino a mi mente (en realidad no sé si fue mío o, cosa no difícil de creer, de mi otro yo): ¿qué va a pasar el día en que la muerte toque a mi cuerpo?

La mayoría de personas hablan mucho del significado de la vida, de los errores que no deberíamos cometer, si queremos conservarla y de las acciones que nos darán, finalmente, un lugar en el Reino de los cielos. Pero, ¿qué pasa con la muerte? ¿Acaso las personas pretenden obviar lo inevitable? No lo sé. Puede ser el miedo de tener que enfrentar esa realidad que, al fin y al cabo, llegará algún día. O puede ser esa falta de seguridad que, quién sabe por qué, nos genera el hablar de la vida. ¿Qué tiene la muerte de diferente?

"La muerte -dijo el sentido común- es tan enigmática como la vida. Sin embargo, las personas creen conocer más de ella que de la muerte. Mas no saben que son tan ignorantes tanto en la primera como en la segunda".

Tenía razón. Así somos. Creemos saber todo de las cosas que "conocemos". Pero... ¿en realidad somos dignos de hablar de la vida o de la muerte?

El simple hecho de vivir no nos da la seguridad de conocer el verdadero significado de la vida. Igual pasa con la muerte. Sin embargo, por qué preferimos hablar de algo tan complejo, como la vida; que de algo menos enredado, como la muerte. Es decir, es fácil. La vida tiene muchas, muchísimas, complicaciones. La muerte, en cambio, es mucho más simple: morir es morir y punto. Es más, la muerte es tan simple que, desde el momento en que nacemos, ya está ella pendiente del momento indicado para llevarnos de nuevo de este mundo, si es que hay otro. La vida, por el contrario, inicia cada día, cada segundo. Puede ser muy impredecible y dar esos giros que, algunas veces, hasta llegan a gustarnos (porque nos complacen, claro).

En fin. Conocer y creer conocer no es lo mismo. Eso de hablar de la vida, y no de la muerte, me parece un acto de soberbia de las personas, de las almas. Vivir no es más que esperar a que la muerte llegue. La misma muerte que, al nacer, nos da la bienvenida diciendo: "naciste, ya morirás... espera".

jueves, 4 de septiembre de 2008

Pensamientos de la una

Eran las 12:50 de la madrugada. Trataba de concentrarme en mi lectura, pero (como nunca antes con tal intensidad) me fue imposible. No había ningún ruido en la calle que me interrumpiera, ni mensajes al celular, ni pensamientos en mi cabeza queriendo escapar, ni el sentido común queriendo impedir mis divagaciones, cada vez más repetitivas; ni el sonido insoportable de la segundera del reloj viejo que está en la sala. Simplemente era la noche perfecta para leer. Sin embargo, algo en mí no dejaba que me concentrara y, en vista de que el sentido común y mi otro yo se habían dado a la fuga, decidí levantarme y escribir. A la una de la madrugada.

Me senté frente a la computadora y no supe qué hacer. Mis manos sobre el teclado estaban sólo acariciándolo, mientras trataba de ordenar las ideas en mi cabeza. No lo logré. Seguramente se debió a mi mala organización... o a mi mal hábito de cambiar, sin previo aviso, de un pensamiento a otro. Así fue. Mientras pensaba en las situaciones complicadas de la vida, se vino a mi mente una plática de la tarde anterior. Una plática con mi otro yo.

Hablábamos sobre las desiciones que nos son impuestas en la vida, sobre todo mediante la presión social. Que si soy bueno o malo, que si negro o blanco, que si creer o no, que si soy fiel o no lo soy, que si quiero placer o formalizar, que si bebo o si me mantengo sobrio por el resto de mi vida, que si lo digo o me lo guardo, que si razono o actuo, que si me arrepiento o doy el tema por concluido, que si finjo o me confieso. En fin, tantas cosas por decir. No logramos llegar a un acuerdo mutuo. Por algo somos tan diferente.

Entonces, vinieron a mi mente esas opciones que crean conflicto ante la sociedad. No sé si era la ansiedad que algunas veces me envuelve y deja que salga lo primero que viene a mi mente, pero todo eso me pareció una mierda. Es decir, lo importante es vivir. Y no sólo vivir, sino vivir lo más apegado posible a la manera en la que se quiere vivir. "Que todo lo malo se paga", pues qué importa. Repetiría todas y cada una de esas cosas, así tenga que pasar la vida, y lo que siga, "pagando" por ellas.

No me importaría, pero jamás me perdonaría haberme negado los placeres de la vida. Esos a los que la sociedad decidió imponerles la viñeta de "malos". ¿Que si no es una manera alocada y descarriada de ver la vida? Pues puede ser, para algunos. Para mí es vivir cada segundo a mi manera.

Que si quiero un café latte, pues bebo un café latte; que si quiero ser amante, pues disfruto siendo amante; que si quiero ser fiel y responsable, pues soy fiel y responsable; que si quiero creer, pues seré la persona más creyente; que si quiero emborracharme, pues lo hago; que si quiero dormir de día y "vivir" de noche, pues también lo hago; que si quiero llorar en el lugar y en el momento en que se me antoje, pues también.

- ¿Y qué pensás que va a decir la gente?, preguntó mi otro yo con un regreso sorpresivo.

- Nada, respondí. La gente no va a decir nada, sin que antes ( o después de algún tiempo) le invada la envidia y decidan vivir, no como yo, sino como ellos lo decidan. Y entonces, ni antes ni después, no me va a importar lo que piensen.

- Libre albedrío, dijo el sentido común. "Lo que venga después es sólo una consecuencia... como todas las cosas de la vida".

sábado, 23 de agosto de 2008

Paso a paso...

"Me voy a quedar sentado", dijo el señor Brown.

Era una de esas tardes que pasan lento a medida se incrementa el anhelo de que la noche llegue. Sostenía una plática con el señor Brown sobre todas las cosas que pasan, y las que no, cada minuto de nuestra vida. El por qué de las cosas no se puede detallar. Sin embrago, lo nieguen o no, pensamos, justamente, en cada uno de esos "detalles" cada vez que podemos. O, al menos, durante el tiempo que tarde el sentido común en aparecer y alguno de nuestros álter egos en reaccionar. En fin.

Sostenía una plática, decía, cuando se me ocurrió (creo que fue a mí) que la vida siempre da muchas vueltas. Que, algunas veces, basta con que una persona espere sentada a que llegue el momento oportuno para ponerse de pie. Sin embargo, y he aquí el "detalle" del asunto, se debe tener astucia para poder identificarlo y no dejarlo pasar. 

Recordaba uno de los mensajes, los de las 11, en el que se plasmaba de manera casi perfecta una de mis sensaciones favoritas. Esa sensación que te eleva, te fortalece y, sin más, te hace caer y delatarte endeble. Sí. Esa sensación que genera un "casi".

Traté de ignorar mi situación y concentrarme en la de mi buen amigo. De qué sirve un casi, pensé preguntarle, si, a la vez, reparás en que todo está perdido. 

No pregunté. Imaginé que, como yo, él no tendría la respuesta.

- Seguro la tiene, dijo aquel que disfruta de interrumpir los pensamientos.

miércoles, 20 de agosto de 2008

El que persevera... ¿alcanza?

Así de simple, Eli . No sé a qué te referís cuando me decís que "todo es posible". Bien sabés que eso no es cierto. Nada cierto. ¿Que si no soy yo quien siempre dice "la perseverancia ante todo"? Pues sí, pero la frase no incluye el cumplimiento del objetivo. Tranquila, Eli. No te enojés. Es sólo que no estoy en las mejores condiciones. ¿Con depresión? Claro que no. Bueno, al menos no lo he notado. Puede ser que me lo impidan tantas voces en mi cabeza. Sí, voces.

¿Que si ya hice "todo" para lograr el objetivo? No. La verdad no. No es que no quiera, Eli. Es un tanto difícil de explicar. Es sólo que, como sabiamente escribió uno de mis autores preferidos, "Hay momentos en que lo mejor es que una persona se contente con lo que ya tiene, no sea que lo vaya a perder todo".

¿Perseverar para alcanzar? No lo sé, Eli. Prefiero esa frase de "el que nada ariesga, nada gana". Y, por supuesto, no perseverar es un riesgo. Un gran riesgo, ves.

- ¡Pero yo quiero perseverar!, reclamó mi álter ego... el que gusta de momentos oníricos.

martes, 19 de agosto de 2008

...

¿Era yo quien dirigía la conversación? ¿Era mi otro yo queriendo dar a conocer esa parte que lucha por ocultarse? No lo sé. Pero ni yo ni mi otro yo estamos satisfechos. ¿La razón? Pues, el miedo.

- ¿Miedo?, preguntó.

- Miedo, repondí.

domingo, 17 de agosto de 2008

El señor Brown y sus mensajes de las 11

Era el segundo mensaje que interrumpía mi lectura esa noche. Hacía frío, pero no me molestaba tanto como haber perdido la línea de la lectura de uno de los libros que más me ha cautivado. Traté de ignorar la luz, que es casi imposible de ignorar, de mi celular. Esto de la comunicación y las tecnologías comieza a molestarme.

El mensaje, como ya lo anunciaba la diminuta pantalla del aparato que hace mucho es "parte de mí", no era del mismo remitente que el primero. Era del señor Brown y, como casi siempre, registrado a las 11 de la noche. En punto.

Él es una de las pocas personas de las que no me molesta que me intertrumpan. Tampoco le molesta a mis álter egos. Ni a mi otro yo. Es, simplemente, una de las mejores personas que he conocido.

Su mensaje me llamó mucho la atención, al menos a mí, que desde hace mucho siento que mi vida no goza de esas emociones a las que otros están acostumbrados... y hasta cansados.

- "Me encanta tomarla de la mano", decía.

Hace algún tiempo, digo "algún" porque definitivamente la retención de fechas no es mi fuerte, que me veía venir un mensaje como este. ¿La razón?, pues porque lo conozco, sin temor a equivocarme, como a la palma de mi mano. Con todas sus líneas desordenadas, su aspereza y la certeza de que no cambiará, ni la cambiaría yo, por nada de mundo.

El mensaje del señor Brown abrió mi imaginación, la poca con la que fui dotada. Además, y en vista de que no había más narración por medio de mensajes, luego de esperar 10 minutos y percatarme de ello, me dió pauta para despejar un poco la mente esa noche y agregarle "conflicto", como si necesitara más, a su frase. ¿Qué será lo que en realidada le encanta? ¿Será su mano o la sensación de desmayo que le causa cuando la sostiene o, más aún, cuando siente que la pierde? No encontré respuesta alguna. Seguro él sí, aunque no se percate de ello.

La situación es un tanto complicada, y no porque él lo quiera así. De hecho, él muestra mucha seguridad. Lo inseguro, pues, es la otra parte. O la otra palma que se encuentra con la de él algunas noches y, otras, trata de fingir que no la siente.

El sueño me venció. No logré hacerle las preguntas, de las que ya sabía la respuesta, al señor Brown aquella noche. Ni al día siguiente. Ni el que le siguió.

Pasaron unos cuatro días para que otro mensaje, a las 11 de la noche en punto, se registrara en mi celular. "La amo", decía. Pero, a diferencia del anterior, este me desconcertó. No por la frase, ni por la hora, ni por la sensación de cuando alguien "habla por hablar". Me desconcertó porque, a pesar de esa sensación, en el fondo (ni tan "al fondo") me parecía cierta. Con mucho sentimiento alegre y, paradógicamente, con mucha melancolía.

Puede ser que la sensación de "melancolía" haya sido producto de mi otro yo. Pero, también, pudo haber sido la respuesta a una historia conocida. A conocer el otro lado del mensaje. La fatalidad de la frase.

- ¿Fatal?, preguntó mi otro yo.

- ¿Cómo le llamás a un sentimiento que, en su punto de inicio, debés dar por concluido?, le dije.

No me contestó. Y yo, temiendo haberme equivocado con la respuesta y la palabra utilizada, abrí mi libro y me sumergí en el talento indiscutible del autor.

viernes, 8 de agosto de 2008

El día más esperado...

Allí estaba. Sin duda, era la persona que más luz le podía haber dado a mi tarde ese día. Nunca pensé que un día, ese, podría ser el que tanto había esperado. Ese día que imaginaba cada noche.

Me invitó a salir del edificio. Acepté. Bajamos las escaleras. El camino se me hacia, al contrario de la mayor parte de veces, corto. El automóvil se encontraba justo al otro lado de la calle. Los nervios empezaron a invadir mi cuerpo, pero mi otro yo, o algunos de los otros, me hizo mantener la calma.

Hacía frío. No sé si era la necia "certeza" de que nada pasaría o si era la vaga idea, o esperanza, de que, efectivamente, "algo" estaba a punto de suceder.

Me subí al automóvil. Siempre me pareció que era un poco pequeño. Pero al estar dentro, a su lado, pensaba que hubiera sido bueno, muy bueno, que los asientos estuvieran más unidos.

- ¿Y tus pequeños síntomas de claustrofobia?, preguntó mi otro yo.

No respondí. Ni el miedo me invadía, ni la respiración se me hacía más fluida en ese momento, como para pensar en una buena razón del porqué no sentía ese miedo que suele invadirme en lugares pequeños y encerrados. Bajé la ventanilla y, casi al mismo tiempo, mi otro yo dejó de hacer eco en mi cabeza.

No podía dejar de ver el perfil de su rostro. Me encantaba. Pero debía concentrarme en la conversación. Si hay algo que me molesta mucho es que no me presten atención mientras hablo. Traté de bajar la mirada, de fijarla en un punto cualquiera de la calle. Pero, como obviando mi actitud, prosiguió con la converesación en la que, desde que salimos del edificio, yo no había participado.

- Pasaremos a mi casa, dijo.

miércoles, 6 de agosto de 2008

"¿Puede tu otro yo tener álter egos?"

Eran las 11:51 de la noche cuando un mensaje se registró en la pantalla luminosa de mi celular. Detesto que eso pase cuando me encuentro disfrutando de mi lectura y del ambiente nocturno que tanto me gusta.

-¿Puede tu otro yo tener álter egos?, me preguntó.

-No sé. Eso es lo que él me ha informado, le dije.

No me contestó, ni continuó el interrogatorio. Fue un alivio. No sé qué le hubiera dicho a mi otro yo para que no se molestara por interrumpir su lectura... y la de los otros.

lunes, 4 de agosto de 2008

Amante de la noche...

¿Qué tiene la noche esta noche? No lo sé. Pero me gusta...