El jadeo de placer que emitían los dos cuerpos sudorosos a su lado, no le impidieron a María pensar en el mañana. Es que ella lo sabía. Al momento de poner sus pies sobre el piso, todo habría acabado. Sabía que, luego de esa noche, luego de esos gemidos de placer, lo que viniera sería poco más que desastroso. A lo mejor había exagerado, pero algo le decía que pronto debía tomar una decisión dura, fría y, seguramente, mala. Porque son pocas las decisiones que no le hacen a uno arrepentirse en el momento mismo de haberlas tomado...
Pero eso sería mañana. Esa noche, María también se sumergió en el placer. Y no podía comprender cómo era posible tanto delirio en una sola cama. Pero le gustó. Sentía que...
- ¿En serio le gustó?, preguntó el sentido común.
- No lo sé, dijo aquel que adora interrumpir.
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