jueves, 8 de julio de 2010

Mentiras

Las "mentiras piadosas" son una farsa. En todo caso, serán mentiras egoístas. Y es que cuando mentimos lo hacemos por nosotros, por nuestro pellejo, por nuestros sentimientos, por nuestro orgullo, por las consecuencias que sólo nos perjudicarán (o favorecerán) a nosotros. Las mentiras son simplemente mentiras. Ni piadosas, ni justificadas, ni blancas. ¡Mentiras! Pero, no puedo negarlo, nadie puede vivir sin ellas.
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Las personas mentimos porque sí. Sin razón alguna, o al menos no razonable. Sólo mentimos y ya. Pero lo que más nos gusta es recibir mentiras. Porque las mentiras, aunque nos duela saberlo, funcionan como un  salvavidas. Como narcóticos contra la dura realidad.

Las verdades duelen. Las mentiras también, pero son mentiras. Andamos por el mundo gritando que odiamos la mentira, la aborrecemos, la detestamos y muchos adjetivos más. Pero la necesitamos.  ¿Cuántas veces no hemos deseado desde las entrañas que una verdad fuera mentira? Y es que las mentiras siempre te dan un respiro, una esperanza, una oportunidad. 

Cuando alguien nos miente lo primero que pensamos es que nos quieren ver la cara de idiotas. Sin embargo, yo creo con firmeza que si alguien nos miente es porque somos importantes. Recibir una mentira no es cualquier cosa.

El que nos miente ha pensado cuidadosamente en cómo debe hacerlo, en las probabilidades de ser descubierto, en las consecuencias que esto le provocará, en qué pasará después, en qué nueva mentira debe crear y, sobre todo, en cómo resolver el problema y dejar de mentir. Porque, aunque lo disfrutemos, mentir hace mucho peso. 

Yo odio las mentiras, pero miento bastante bien. A veces he añorado que me mientan y, otras veces, he llorado por haber descubierto una. Pero no puedo negarlo: las mentiras son necesarias para la vida. Para una vida bien vivida.

P.D.: ¡Cómo quisiera mentirme y decir, convincentemente, que no me importa!